Sus fauces en mi cara
Expedían una fétida ojeriza
Con un grito reventó mis ojos
Dejando agujeros desolados.
De pronto estoy ciego
Aterrado y acorralado
Las piernas trepidantes
Y la respiración entrecortada
Mi entereza cada vez más frágil
Me abandona en un suspiro
El inmenso peso del vacío
Me asfixia más en cada respiro
Mi ira se acrecienta y emerge
Como horda de ratas hambrientas
Excitadas por el olor de la sangre
Perfume de la muerte.
Transfigurado por la furia
Poseído por el miedo
Los elementales de la noche
Hablan a mi oído
Palabras como serpientes
Invaden mi interior
Enterrando sus colmillos
Envenenando mi espíritu
Después, todo fue oscuridad
Como de un mal sueño desperté
En aquel momento verdugo.
Con la cara retorcida de Infringir castigos
Delante, dos brazos débiles cercenados
Se alzan entre llanto.
¡Piedad amado mío!
¿Recuerdas quién soy?
Había arrancado
De su cuerpo el alma,
Dejándolo seco y sombrío
En un charco de melancolía
Sus labios desguarnecidos
Dejaban escapar algunos quejidos
Que apuñalaban mis oídos
Sin entender lo sucedido.
Comprendí que era el verdugo
Y caí muerto en ese instante
A la tumba perpetua del desprecio
En el cementerio de los malditos
Iván Mauricio Castro Rincón
28-07-2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario